¡Qué bonito!, ¡qué previsión!. Daba grima y causaba espanto ver ayer por la mañana los pasos de cebra de mi barrio con dos dedos, sí ¡dos dedos! de sal. Inaudito, qué celeridad en la actuación, qué prestancia. ¡Qué despilfarro! Como si la sal no costara.
Claro. Tras el ridículo espantoso realizado en la última nevadita, por el que nadie ha dimitido ni ha sido destituido (me afirmo, la gran mayoría de los políticos son unos malnacidos y usan la política en su propio beneficio y a los demás que nos vayan dando), han perdido el culo, que tan bien tienen asentado en la pesebrada de la sopa boba del funcionariado, y se han tirado toda la noche depositando sal a espuertas. Aquí y acuyá.
De pequeño (y de mediano), cuando volvía de pasar el fin de semana en el pueblo de mi madre, Cebreros para más señas, algunos compañeros de colegio, los más ‘listos’, los más modernos, te espetaban un : ‘ya has ido a jugar con tus amigos los paletos’. Y se quedaban tan tranquilos aparte de estigmatizarte en su convicción. Algo que tampoco era una preocupación viendo la talla moral y mental de los ínclitos.
Paletos decían. ¿Rusticos?, sí, a la fuerza ahorcan. ¿Záfios?, nunca. ¿Rudos?, por supuesto. Pero siempre con una educación exquisita, si queremos peculiar.
Recuerdo alguna vez cuando alguno de ellos venía por primera vez a Madrid y alucinaban literalmente.
No les hacia falta, no nos hacía falta, nada especial para jugar. Unas bolas de hierro, unas piedras y unos cromos eran suficientes para quemar el rato después de salir de misa antes de ir a comer.
Las alineaciones del AS eran usadas para hacerte tus equipos de chapas. Nunca me disgustó ser un fronterizo. Los paletos jamás me repudiaron, algunos urbanitas sí. Eran muy ‘listos’.
Seguro que a alguno de aquellos paletos, acostumbrados a vivir del campo y los animales, con su punto de modernidad que iba llegando poco a poco, jamás se les habría ocurrido echar dos dedos de sal en un paso de cebra. Seguro que te dirán que con un puñado basta.
Jamás habrían echado el sobrante a la jardinera opresora de un pino en una acera.
Pero el ‘listo’ urbanita que va dando órdenes, todos llegamos al tope de nuestra incompetencia, sí. No le duelen prendas en derrochar sal. Porque no le cuesta, porque no sabe que la sal contamina aunque le importa dos cojones y, por supuesto, porque no tiene ni puñetera idea de que la sal mata, a personas, animales y plantas.
Pero él, el urbanita, se cree más listo que nadie. Sobre todo, más listo que los paletos a los que despreciaba y desprecia.
El paleto puede ser anafalbeto, así es España, pero nunca, nunca, será un ignorante. Los ‘listos’ suelen cumplir ambas premisas. Analfabetos e ignorantes. Benditos paletos.
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Como conozco esto…estoy acostumbrado al:
Tio si vives en un pueblos….
Ains…que se le va a hacer