PADRE, HIJO Y ESPÍRITU SANTO

EL DÍA QUE MURIÓ LA MÚSICA
Alrededor de la música hay muchas tragedias. Pero ninguna como el impacto que tuvo en el incipiente rock and roll, el accidente ocurrido el 3 de febrero de 1959. Si el destino está prefijado o es el azar el que rige el nuestro, lo ocurrido en el  medio oeste estadounidense esa terrible noche de febrero, da para razonar cualquiera de las dos tesituras.

Se le encoge a uno el corazón cuando se acercan los primeros día de febrero e indefectiblemente llega la fatídica fecha. Como el aniversario de la pérdida de alguien querido te tiene melancólico unos días antes, el 3 de febrero se anuncia sólo. Suele estar acompañado de noches y días fríos, de ligera brisa, que estremecen. No tan fría como la noche que hacía en Mason City, Iowa. Allí Buddy Holly había alquilado una avioneta para llegar a Fargo, en Dakota del Norte.
Buddy Holly and The Crickets, Dion and The Belmonts, Ritchie Valens y The Big Bopper se embarcaron en una gira demencial. La ‘Winter Dance Party’. Nada menos que 24 conciertos en 21 días. Para ello alquilaron un autobús para recorrer Wisconsin, Minnesota, Iowa…Pocos días después de empezar la gira llegaron los contratiempos. El sistema de calefacción del autobús se rompió. Con temperaturas bajo cero incluso al mediodía, los viajes se convirtieron en insufribles. Para hacernos una idea. Hacían una fogata en una parte del autobús, todos se reunían alrededor, y abrían unas ventanillas en el otro lado para que saliera el humo. El batería de Buddy Holly tuvo que ser ingresado tras congelársele algún dedo en uno de sus pies. Eso obligó a Holly y a Valens a turnarse en la percusión.

Dos día antes del accidente, en realidad tres, había programados dos recitales. Tras ellos se viajaba de Green Bay a Clear Lake. Allí no estaba programado el concierto hasta el 2 por la tarde. Después del mismo el destino y el azar se pusieron a jugar entre ellos.

VOLAR
Cuando llegaron a Clear Lake, de nuevo ateridos de frío y la mayoría con unos catarros de impresión, Buddy Holly le dijo a sus chicos, Tommy Allsup y Waylon Jennings (guitarrista y bajo) que tras el concierto alquilaría un avión para llegar hasta Fargo. Que no aguantaba más. Holly se dirigió a Mason City y alquiló un vuelo en Dwyers Flying Service. El dueño del negocio no se encontraba en ese momento pero sí un joven piloto. Roger Peterson. Roger había suspendido el último examen que había hecho de vuelos con instrumentos, vital para pilotar de noche.
La avioneta era una Beechcraft Bonanza de 4 plazas. El piloto y 3 más. Los otros tres eran Holly y lo que quedaba de los Crickets tras el abandono forzoso del batería. Buddy Holly llamó a su esposa, encinta de siete meses, y comunicó a Allsup y Jennings que partirían pasada la medianoche.
El destino escrito le iba ganando la partida al azar. Pero este se revolvió.
The Big Bopper, como su nombre indica un tipo voluminoso, vio el cielo abierto con la posibilidad de subirse a ese vuelo y ahorrarse los 600 km. de traslado en esos asientos torturadores para su figura.
Buscó a Jennings y éste no le puso ninguna pega y le cedió su sitio. El tremendo catarro que tenía le convenció. Cuando Holly se enteró le preguntó a Jennings que si no iba a volar con él. A lo que éste le contestó que no. Holly le dijo: “Ojalá te congeles en el autobús”. La respuesta de Jennings, que le atormentará toda la vida, fue: “Ojalá se estrelle tu avión”
Ritchie Valens se enteró del cambio e intentó que Allsup hiciera lo mismo. Ritchie sufría un catarro fortísimo también. Tras firmar unos autógrafos y a punto de salir hacia el aeropuerto, Valens volvió a pedir a Allsup el cambio. A la tercera le ofreció jugárselo a cara o cruz. El azar de una moneda de medio dólar lanzada al aire iba a sellar el destino de ambos. Ritchie Valens se subió al avión a pesar de que tenía pánico a volar.

EL DÍA QUE MURIÓ LA MÚSICA
Las condiciones de la noche habrían disuadido a cualquier piloto de despegar esa  madrugada. Pero no a Roger Peterson. Ansioso de volar no lo se le puso nada por medio. Su ambición por convertirse en piloto comercial le pudo más. De hecho le dijo al dueño, el Sr. Dwyer, que había chequeado la previsión meteorológica varias veces.
A las 00:40 llegaron al aeródromo los músicos. Pagaron su viaje y subieron con Holly, un amante de los aviones, delante al lado del piloto. A las 00:50 enfilaron la pista 17, el número indica los grados en la orientación de la misma. Cinco minutos después comenzaron su rodadura hacia la eternidad. Despegaron rumbo sur. Peterson cogió más altura de la normal en el despegue, algo lógico de noche. Apagó las luces de aterrizaje en su momento y comenzó un giró de 180 grados para coger rumbo norte, hacia Fargo. Una vez terminada la virada, el Sr. Dwyer pidió en la torre de control el plan de vuelo. No existía. Pidió al controlador que contactara por radio para decirle a Peterson que debía rellenar ambos, el de ida y vuelta.
No hubo respuesta a pesar de que todavía se adivinaba la luz de cola parpadeando entre la nieve que caía suavemente. Dwyer notó algo raro. Cuando el avión empezó a ajustar el rumbo al norte virando hacia la derecha, creyó ver como bajaba lentamente.
Poco después el ala derecha toco el suelo y el avión se destrozó contra un campo de maiz. La falta de experiencia con el instrumental y el volar de noche sin referencias fue fatal. La investigación falló que al ajustar el rumbo hacia el este, Peterson no levantó el morro. La falta de visibilidad hizo el resto cayendo poco a poco pero imperceptiblemente.

SE ACABÓ
Tras no recibir noticias de ningún aterrizaje desde Fargo ni de ningún mensaje por radio, llamó a las 3:30, Dwyer lanzó la alerta. A las 9:35 de la mañana cogió otro de sus aviones y se dispuso a hacer la misma ruta. Pocos minutos después descubrió el accidente.
La conmoción fue tremenda. Los familiares de los músicos se enteraron por las noticias provocando más tragedias. La mujer de Holly sufrió un aborto al día siguiente. Desde esa fecha está prohibido hacer público los nombres de víctimas hasta que no se le haya notificado a la familia.

El Padre el Hijo y el Espíritu Santo ascendieron a los cielos.

Buddy Holly dejó una huella profunda. Su estilo marcaría con trazos indelebles las composiciones de The Beatles, Beach Boys, los Rolling, Knopfler o Radiohead, entre muchos otros.
Ritchie Valens fue fuente de inspiración para Carlos Santana.  En su corta carrera había arrasado con temas como ‘Blue Moon’, ‘Donna’, por el que iba a recibir el disco de oro o ‘La Bamba’.
Big Bopper siempre ha sido el menos recordado. Vivía en ese momento un gran éxito y era un showman extraordinario. Su funeral fue multitudinario.

No está de más pinchar algo de estos tres genios la noche del 2 al 3 de febrero como homenaje. Da igual si ganó el azar o el destino. Los esquivaremos a ambos durante un rato reviviendolos al escucharlos en sus grabaciones antológicas.

LA MUSICA MURIÓ, ¡VIVA LA MÚSICA!

Es muy recomendable echar le un ojo al libro de Larry Lehmer, ‘The Day the Music Died’.

Peggy Sue, Buddy Holly

C\’mon Lets Go, Ritchie Valens

Chantilly Lace, Big Bopper

video homenaje

Canción homenaje \’American Pie\’, de Don McLean

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2 Responses to “PADRE, HIJO Y ESPÍRITU SANTO”

  1. Charly dice:

    “LA MUSICA MURIÓ, ¡VIVA LA MÚSICA!” ;)

    interesante apunte :) gracias

  2. Vencido dice:

    De esta historia hay algo que siempre se olvida. Waylon Jennings, el músico de Holly que dejó su lugar en el avión a Ritchie Valens, se termimaría convirtiendo en uno de los grandes del country rock, sobre todo en los 70. Y una canción suya, “Ladies love outlaws”, inició el Movimiento Outlaw, en el que militaron titanes como Johnny Cash, Kris Kristofferson o Willie Nelson. El Movimiento Outlaw surgió como reacción al azucarado Sonido Nashville y nos legó algunas de las páginas más memorables del country de todos los tiempos.

    Así que ese día la música murió, pero no del todo.