Como madridista de pura cepa siempre tuve una atracción especial hacia el baloncesto. A temprana edad ya me escapaba con otro madridista de corazón al Pabellón a ver a las Mobil Girgi, Ignis, TSKA y demás bestias pardas del baloncesto europeo.
Duelos inolvidables con el Juventud de entonces y un baloncesto precioso de alta anotación.
A finales de los 70 y principios de los 80 hablábamos de la NBA. Íbamos a “Rebote” a ver partidos enlatados de la inalcanzable liga norteamericana. Uno de aquellos primeros partidos fue el último de la final 76ers-Lakers. Jabbar se había lesionado y ‘Magic’ Johnson jugó de pívot. Para mi sigue siendo la mayor exhibición, por completa, que he visto en un jugador.
Casi sin darnos cuenta llegó el Mundial de Cali y la explosión de España en los Europeos. Llegó Díaz Miguel y la defensa se convirtió en obligación. El baloncesto había cambiado. En Los Ángeles lo bordamos. La NBA era asequible y pasamos a buscar los partidos universitarios.
Reconozco que fue un atracón indecente y me saturé. Mis ojos se giraron completamente a la NBA y la NCAA y le di un poco la espalda al baloncesto europeo. Las citas del ‘madrí’ y de la Selección reclamaban mi atención pero a veces me perdía algún partido. Imperdonable, sí.
Estamos al descanso de una final del Mundial en la que está jugando un equipo como muy pocas veces he visto. Defensa para enmarcar que hace del ‘dos contra uno’ una expresión sublime de arte. Ataque muy dinámico pero con la figura del base elevada al máximo, como en los buenos tiempos. Y un grupo de jugadores hambrientos, con la victoria en los ojos, que además disfrutan con el juego.
Ese equipo es España. Y pocas veces recuerdo haber visto semejante exhibición. Ya me da igual que ganemos el título o no. Con lo que he visto tengo más que de sobra. Pero me da que nuestros chavales no se van a olvidar de traerse la Copa.
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