Fernando Alonso no sé si se ha propuesto pasar a la historia como el más grande de su generación, que ya lo es, o simplemente quiere disfrutar como un enano. Me inclino por lo segundo.
Sus decisiones de disputar las 500 Millas de Indianápolis, las 24 Horas de Daytona y ahora el Mundial de Resistencia con las 24 Horas de Le Mans, sólo muestran un apetito por disfrutar de lo que le gusta. Pilotar.
Al principio de los tiempos hasta principio de los años 70, los pilotos sólo tenían una manera de ganar dinero pilotando. Esa era corriendo todos los fines de semana posible. Su acuerdo con los equipos era sencillo. Normalmente un mínimo por participar en cada prueba y un porcentaje de los premios. Así, hasta antes de la Segunda Guerra Mundial, los pilotos saltaban de los Grand Prix a pruebas menores y las trufaban con otras como la Mille Miglia, la Targa Florio o Le Mans.
Después de la guerra y con la creación de los campeonatos de F1 y de Sportcars, la resistencia, una era floreciente se abrió para ellos. No sólo la F1 trajo más dinero, la resistencia llegó en temporadas a ser tanto o más importante que la máxima categoría. Y tanto o más lucrativa.
Los 70 cambiaron el panorama. La llegada de los patrocinadores llevó a que los pilotos estuvieran mejor pagados. Pero no todos. Siempre hubo diferencias. Pero tener un contrato mínimamente decente para disputar el campeonato se convirtió en moneda común. Y seguía habiendo otros campeonatos que atraían a los pilotos y sus equipos.
Los 80 y la profesionalización brutal que transformó totalmente a la F1, llevó a que los propietarios de los equipos prohibieran por contrato a sus pilotos correr en otras categorías. Sobre todo provocado por las muertes en 20 días de Manfred Winkelhock y Stefan Bellof en pruebas del mundial de resistencia. Eso provocó que la F1 fuera un compartimento estanco. Que, no sólo encerró a los pilotos en su torre de marfil, si no que torpedeó a cualquier categoría que pudiere hacerle sombra.
Así los pilotos hablaban de otras categorías o aparecían en ellas tras dejar la F1 o antes de llegar a ella. Mika Hakkinen, Keke Rosberg, por ejemplo, siguieron deleitando el el DTM e ITC. Pero siempre sin mezclar. Con esa separación nadie se planteaba esas escapadas. Incluso, por ejemplo, el estadounidense Michael Andretti en 1993 se dedicó en exclusiva a la F1. Cuando su padre cruzaba el charco innumerables veces a lo largo de los 70 para compaginar Indy, Nascar, F1 y carreras de chapas si era menester.
Varias generaciones de pilotos quedaron confinadas a la F1. Su grandeza nada discutible como los Lauda, Villeneuve, Prost, Senna, Schumacher, nunca pudo agrandarse en otras carreras míticas o categorías a la vez que la F1. Lo mismo para sus segundos escalones como Hill hijo, Coulthard o Button. Se evolucionó desde: Hay que correr todos los fines de semana. Hasta: Centrado en la F1 con un contrato más que generoso.
Pero hete aquí que por mor de las circunstancias, un piloto de repente ve el cielo abierto. De hacer una escapada de la F1 en la que está atrapado sin poder competir por victorias, siquiera podios, a correr en Indianápolis.
Y no, con todos los respetos para Nico Hulkenberg, Fernando Alonso Díaz no es un piloto más de la parrilla. Es el mejor piloto de la F1. Y el mejor piloto de la F1 la pone patas arriba para irse a correr la Indy 500. El caballo de Espartero palideció. Llegó, aprendió, dominó, lideró y rompió. Pero no hay dudas de que habría estado en la lucha por la victoria. Su hazaña fue extraordinaria. Mítica. Subió algún escalón más, de los poquitos que le quedan, en el Olimpo de los pilotos. Y le entró el veneno.
Su grandeza tras correr en Daytona y el anuncio de que va a disputar Le Mans y WEC es que lo hace por pasión. Por hacer lo que le gusta. Que es pilotar.
Comparando, por muy odioso que sea es necesario, con sus predecesores hace 50 ó 60 años, la diferencia es que aquellos corrían todo lo que podían para ganar dinero. En una época letal en la que a más corrías más riesgo tenías. También se vivía la vida de otra manera y por supuesto disfrutaban pilotando. Alonso sin embargo corre por el placer de hacerlo, como aquellos, pero sin la necesidad de entonces. De acabar una carrera, en Irlanda el sábado por la tarde de tres horas, y cruzar toda la noche Francia para llegar a Monza el domingo por la mañana y salir sin descansar a otra. No es comparable a 8 horas de avión, por ejemplo, en la mejor clase.
No seré tan ingenuo de obviar que sus patrocinadores y marcas se ven beneficiados y él con ellos. Pero ni por asomo eso es lo que le mueve.
Alonso ha reabierto una dimensión cerrada en el automovilismo. Y, en estos tiempos de impactos, redes sociales y demás, ha cogido la delantera al resto de sus rivales. Ilusionando aún más a sus incondicionales. E, importante, añadiendo un buen número de nuevos fans que reconocen lo que algunos, mermados y malnacidos, le niegan en su propia casa. Que estamos ante uno de los más grandes de siempre. Porque grandeza es saltar a otras categorías, con el riesgo que entraña, teniéndolo todo en la F1.
Por estilo, por hambre y por los desafíos que se ha puesto por delante.
El gran Tazio estará orgulloso. Gracias Fernando.
Solo añadiría…
Disfrutadlo mientras podais.
Grande Charli