3 de julio de 2005
En todo el escándalo de Indianápolis hay un personaje que ha pasado casi desapercibido. Tony George.
Sorprende que el dueño del emporio del circuito de Indianápolis y de gran parte de los derechos de la F1 para Estados Unidos, no haya tenido un papel más relevante, más protagonista. Él, que no dudo en provocar un cisma en la principal competición de monoplazas americana con una actitud draconiana, se ha comportado como un borreguito y ha dado la sensación de que no sabe no contesta.
Grand Prix defiende que el problema parte del “arado” del asfato del óvalo no de un defecto de las gomas de Michelin. Esto le hace a él el responsable último del embrollo. A Ecclestone le interesa que George no tenga problemas y por eso intentó todo para que se corriera de cualquier manera. ¿Y a la FIA?
También le interesa el mercado americano y volver a echar sus redes en un país díscolo con sus normas y que más de una vez ha desafiado y ninguneado al máximo organismo mundial.
Mosley se ha comportado como el más dictador de las republicas bananeras africanas de los sesenta y los setenta amenazando por doquier a unos y otros. El miércoles, cara a cara, porque no tuvo la decencia de volar a Indy, se rajó y retrasó la sentencia. Toda esa cortina de humo ha evitado que se hablara del verdadero problema, el asfalto.
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