Serena la sonrisa, incrédulo ante lo que pasaba. Sin atreverse a mirar muchos más arriba de la línea de sus ojos. Así entró en medio de la atronadora, y respetuosa a la vez, ovación Darren Clarke en el green del 18 del Royal Saint George.
Seguro que en 2001 soñó el sábado con ese momento cuando disputaba el Open en Lytham. Entonces salía a un golpe de los líderes. Aquel día uno de esos jugadores excepcionales que estallan durante un puñado de años y luego desaparecen se mostró intratable. Fue quemando uno tras otro a sus rivales. Clarke fue uno de ellos.
Aquel año Clarke estaba de dulce tras haber ganado el año anterior el WGC Match Play. Dos años después otra gran victoria en el NEC Invitational. Y la vida que decide golpear.
A su esposa Heather le detectaron un cancér. Tras una dura lucha falleció en el verano de 2006. Ian Woosnam, Capitán del equipo europeo de la Ryder Cup que se iba a disputar en el K Club le escogió como una de sus elecciones libres.
Allí, tanto los más veteranos, como los ‘pipiolos’, le arroparon hasta la extenuación. Woosnam le da total confianza e importancia emparejándole con Lee Westwood. El viernes le ganan a Mickelson y Di Marco y el sábado a Woods y Furyk. Woosnam le coloco en los ‘fourballs’, cada jugador juega con su bola y se coge el mejor resultado conseguido, para cubrirse. El equipo europeo fue un vendaval que llevó en volandas a Clarke que cuando salió a jugar su partido individual tuvo la protección y el cariño del público en todo momento. Darren ganó sus tres puntos disputados esa semana en una victoria europea histórica por lo abultado del resultado.
DEPRESIÓN
Pero tanta emoción pasó su factura y Darren Clarke cayó en una depresión y hasta pasados dos años no volvió a ganar. Cayó fuera de los 200 primeros jugadores del ranking.
Jiménez, Mickelson, Westwood o Tiger, entre otros, estuvieron muy encima de él para ayudarle a pasar el trago. Sin dejar sus puros, la bebida y ciertos tics derrochadores, Clarke se fue templando. Sigue fumando y bebiendo pero dentro de la normalidad, sobre todo lo segundo. Su vertiente derrochadora la reorientó a obras benéficas y su nueva pareja le trajo paz a su corazón.
La enfermedad de Seve le removió las tumbas de su memoria. Ganó en Mallorca cuando se produjo el óbito de la leyenda de Pedreña y allí le dedicó su victoria.
Ayer seguro que iba pensando en él y en Heather mientras recibía la ovación con la que se distingue sólo a los más grandes en el hoyo 18 del Open. Seguro que la noche anterior volvió a soñar con ese momento.
Era su día, sin duda. Pero aun en ese momento recordó y pidió un aplauso para Seve Ballesteros. Darren recordó a los dos mirando al gris cielo.
Durante toda la jornada paseó por el campo con su serena sonrisa. Sonrisa que esconde y a veces se funde con una profunda melancolía. Pocos jugadores son tan queridos y ayer muchos descubrieron por qué.
Bonito articulo Charly! Me gusto mucho.
Es la “otra cara” de la historia que, en tantas ocasiones pasa injustamente desparecibida. Es muy inteligente aceptar que somos ídolos con pies de barro.
Un saludo ;P