JOE LOUIS- MAX SCHMELING

PROPAGANDA

Joe Louis y Max Schmeling protagonizaron un enfrentamiento que fue más allá del cuadrilátero. Fueron dos combates en unas circunstancias y con un devenir muy distintas.

Junio de 1936. Joe Louis es el púgil del momento. Con un record de 24-0 está a las puertas de disputar el título de los pesados a James Braddock. De carácter muy reservado, estaba muy bien educado a pesar de su origen humilde. Su afición por el boxeo le llegó muy pronto. Para que su madre no le prohibiera su práctica, escondía los guantes en una funda de violín cuando iba a entrenar. Louis era la esperanza, junto al atleta Jesse Owens, de la oprimida población negra en Estados Unidos, y el que les llenaba de orgullo.

El alemán Schmeling era conocido al otro lado del charco por sus apariciones en los espacios de noticias de los cines. Era un tipo muy simpático que daba bien ante las cámaras. Había sido campeón del mundo en 1930 de los pesados.

EL PUNTO DÉBIL

La pelea entre ambos púgiles tenía cierto aire de trámite. No en vano, en 1933, Max Baer había destrozado a Schmeling. Estuvo casi un año sin pelear y no volvería a ganar hasta su tercer combate. Encadenó tres victorias consecutivas y tras transcurrir un año desde su última pelea, fue a Nueva York a por Louis. Su récord era en ese momento de 48-7-4.

A Louis se le consideraba invencible. Practicamente ningún rival le había puesto en aprietos. Sin embargo Max utilizó una técnica, quizá como pionero, que consistió en algo muy normal e imprescindible hoy en día. Consiguió todas las cintas que pudo de las peleas del ‘Bombardero de Detroit’ y le estudió a fondo. Pasó horas y horas viendo combates. Volviendo atrás. Buscando un punto flaco. Y lo encontró.

Cuando Schmeling llego a Estados Unidos fue abordado por los periodistas. Sin rubor alguno y con la simpatía que le caracterizaba dijo, que había encontrado un punto flaco en el boxeo de Joe y le iba a ganar el combate. Nadie le creyó.

RACISMO

El griterío era ensordecedor al comienzo del combate en el Yankee Stadium. Pero pronto se fue apagando poco a poco. Louis sufría y Schmeling controlaba la pelea. El público estaba desconcertado y entró en estado de shock cuando el alemán mandó a la lona al estadounidense en el cuarto asalto. Era la primera vez que le ocurría. Además el público empezó a tomar partido por parte por Max. Obviamente los blancos. De repente la pelea pareció convertirse en una lucha entre blancos y negros.

Ésta continuó por los mismos derroteros desde su comienzo. Un Louis desarbolado aguantando lo mejor que podía las embestidas del ‘Ulano Negro’. Y mientras el público dividido, y en su mayoría blanco, que acababa vitoreando a un Schmeling que no daba crédito a lo que oía. En el asalto doce Louis caía de nuevo y de manera definitiva entre muchos gritos que decían: “Mata al negro”.

El trabajo previo a la pelea le había dado sus frutos a Max. Joe Louis tenía un defecto cuando lanzaba un golpe rápido. Tendía a abrir su guardia al bajar su mano izquierda. Por ahí demolió a su rival que no encontró, desconcertado, la manera de parar y corregir la debilidad.

PROPAGANDA

Por entonces las relaciones entre Estados Unidos y la Alemania nazi eran cordiales. Max fue recibido en casa como un héroe y mostrado como ejemplo de los valores nazis. Le convirtieron en un ídolo junto a su esposa.

Pero Schmeling no era todo aquello que quería el régimen de Hitler. Su mánager era judío. Recibió presiones para que le dejara pero no cedió a ellas. Principalmente porque no comulgaba con esa ideología. El régimen le necesitaba, sobre todo después de la humillación a la que les sometió Jesse Owens en los Juegos Olímpicos de Berlín. Pero había mucha antipatía entre ambos.

En Estados Unidos la prensa se tomo muy mal la derrota y cargó contra Louis. De hecho se alababa la astucia del alemán y se criticaba lo tosco del boxeo de Joe.

REAGRUPACIÓN

Joe apretó los dientes y entrenó durísimo para la vuelta a un ring. Disputó siete combates que ganó antes de derrotar a James Braddock y ceñirse el cinturón de campeón. Pero Louis ese mismo día puso las bases para el combate de revancha. Dijo que no se sentiría campeón hasta ganar a Schmeling.

Pero dos años después de la primera pelea la situación había cambiado radicalmente. El régimen nazi estaba siendo muy agresivo en Europa y parecía que la guerra era inevitable. No dejaron pasar la ocasión de utilizar la pelea para vender la supremacía aria y demás sandeces. El propio Schmeling se mostraba muy incomodo con las aseveraciones del aparato de propaganda nazi. Además mientras en la superficie todo iba como la seda, la lucha subterránea era incruenta. Max seguía manteniendo a su mánager. A su mujer y su madre les retiraron el pasaporte ante el miedo de que Schmeling se exiliara.

Hitler había pasado a ser un enemigo. Y por ende lo era Schmeling. La propaganda nazi se le volvió muy en su contra, aunque él no tenía nada que ver, y en la prensa americana se le atacó duramente.

El enconamiento alcanzó tales cotas que el propio Presidente Roosevelt apareció junto a Joe Louis al igual que había hecho Hitler con Max Schmeling.

ICONO

Ese gesto del Presidente tuvo una importancia capital. Era la primera vez que un negro era usado como estandarte. Louis, dijo, iba a luchar por Estados Unidos y toda la nación estaba confiada en que vencería en el combate.

El mismo boxeador que había sido maltratado, insultado y denigrado dos años antes, tenía sobre sí todo el peso de un país. Incluso de la democracia.

El escenario iba a ser el mismo de la vez anterior. El Yankee Stadium de Nueva York vistió su mejores galas y presento un llenazo legendario. Y esta vez no hubo dudas. Todos los presentes apoyaban sin reservas a Louis, muchos al negro al que vejaron y al que desearon la derrota, y abuchearon y metieron presión al malvado nazi de Schmeling.

El combate se vio sobrepasado por las maniobras propagandísticas. Uno, el estadounidense, había recibido todo el peso de un país sobre sus hombros cuando sólo consideraba un acto de justicia, y reconocimiento, batir a quien le había derrotado para sentirse campeón del todo.

El otro, Schmeling, se veía en medio del huracán propagandístico de un régimen con el que no colulgaba y que le permitía ciertas prebendas. Pero para mantenerlas necesitaba ganar. Su presión era, si cabe, mayor. Schmeling peleaba por él. Louis por un país.

A MATAR

Max Schmeling confiaba en poder hacer frente de nuevo a Louis. Su oportunidad estaría en llevar el combate al límite de asaltos. En esa situación ya había demostrado que su rival era vulnerable.

Por su parte Louis confió a sus allegados que iba a salir a matar. Joe creía que su única opción pasaba por salir como un huracán a por el alemán. No dejarle pensar. No dejarle contrarestar cualquier debilidad que pudiera ofrecerle.

En aquellos días la radio era el ‘hilo’ conductor que llevaba los grandes acontecimientos a la mayoría de los rincones. La propaganda que rodeó al combate hizo que incluso medios que no se habrían interesado por un evento así, se volcaran con el a ambos lados del atlántico.

Como había dicho, Louis salió a por todas. No dejó respirar a Schmeling que recibió un torrente de golpes brutal. Cuentan algunas crónicas que en las primeras filas, y a pesar de los gritos ensordecedores del público alentando a Louis, se oían los quejidos del alemán ante la dureza de algunos de los golpes. No cayó pero el árbitro separo a Louis porque el alemán no respondía a los golpes. Y todo porque recibió un golpe en los riñones, entonces prohibido en Europa.

Inmediatamente un uno-dos letal hizo que Max cayera a la lona. Pero se levantó muy rápido y el árbitro sólo contó hasta tres. Cinco golpes de Louis volvieron a dar con el alemán en la lona. Max volvió a levantarse muy rápido. Sólo contó hasta dos el árbitro. No apuró la cuenta para recuperarse algo más.

Estaba desorientado. Louis le castigó con dos golpes bajos y espero el hueco. La guardia baja y la bomba con la derecha que acababa con Schmeling. Su entrenador paraba la pelea y el alemán era evacuado en ambulancia. Tres vértebras rotas y varios meses en el hospital fue el peaje pagado por Max. Pero eso no sería nada con lo que le esperaba en casa.

En todo Estados Unidos el júbilo se disparó. Las celebraciones duraron mucho tiempo y blancos y negros celebraron el triunfo.  Louis había salido a matar y no dio opción a Schmeling.

ÍDOLO

Louis defendería exitosamente su titulo diecisiete veces hasta que Estados Unidos entró en guerra. Entonces se alistó. El ejercito usó su imagen y Joe manejó bien los reproches que recibió al ayudar tan de plano a un país, el suyo, que no respetaba los derechos de los negros.

Por su parte, Schmeling sufrió el desprecio y el escarnio en su país. En la ‘Noche de los cristales rotos’ escondió a dos niños judíos. Fue descubierto pero no se tomaron medidas. Pero fue enviado al frente cuando estalló la guerra. Resultó herido en Creta y sobrevivió a la guerra.

Ambos terminaron siendo íntimos amigos y Schmeling ayudó a Louis cuando esté acabó en la bancarrota. Schmeling fue el introductor de la Coca Cola en Alemania lo que le reportó pingües beneficios.

Cada uno fue ídolo y villano en su momento. Usados por sus países sin pudor alguno. Rompieron barreras con los apoyos que recibieron y, al fin y al cabo, nos dejaron una rivalidad histórica. Que acabó con una amistad férrea y sincera. El propio Schmeling portó el féretro de Louis tras hacerse cargo de los costes de su funeral.

Algo, muy grande, quedó a pesar de la propaganda.

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4 Responses to “JOE LOUIS- MAX SCHMELING”

  1. Charly dice:

    Muchas gracias

  2. Cao Wen Toh dice:

    La imagen de Schmeling portando el féretro de Louis me ha dejado los pelos como escarpias.

  3. Buenas.

    La humanidad tiene mucho que aprender de historias como estas y no precisamente de políticos y holigans chaqueteros. Lo malo es que vamos a peor :(

    Saludos.

  4. Sr. Polyphenol dice:

    Textos como estos deberían leerse en las escuelas.
    Sublime

    Muchas gracias