Le preguntaba ayer a mi hija, 8 años, si había visto el fútbol. A mi hijo no le gusta así que no procedía la pregunta. “Sí papi, 3-0, que máquinas, hicieron una segunda parte de miedo”.
Claro que se dejaba llevar por los comentarios de la televisión, y supongo que los de su abuelo, pero denotaba que le había gustado el partido y sobre todo la segunda parte.
La recordé lo afortunada que podía ser si mañana ganamos la Eurocopa. Con 8 años ya habría visto ganar un Campeonato a España.
Pero lo importante es la sensación. A mí la selección hasta que empezó la Eurocopa había conseguido que no tuviera el más mínimo interés. Los amistosos fueron insufribles y no era de recibo sufrir con selecciones de medio pelo como Suecia o Dinamarca en la clasificatoria.
Recuerdo el chiste al respecto.”Niño, cena o te pongo el partido de España”. Tampoco entendía que teniendo que jugar una Eurocopa los partidos de preparación fueran contra equipos americanos. De locos bajo mi punto de vista.
Y sin jugar a nada llegamos a centroeuropa.
CESC
Aparte del omnipresente Casillas, nunca se le podrá agradecer tanto a un jugador -como madridista y español- lo que ha hecho Iker, y los fichajes en los últimos partidos de Ramos, que mal empezó y sin embargo ha resurgido a su mejor nivel, y Silva -que despliegue de el del Valencia, hay un nombre que surge por encima de todo. Cesc Fábregas.
Él es el culpable, la guinda y el catalizador de la segunda parte memorable de España. Con un despliegue brutal. Aquí y acá. Desplazando el balón, ofreciéndose siempre, desbordando. Tocando cuando hace falta y protegiendo cuando la ocasión lo requiere.
De aquella soporífera selección en que la manija era de Albelda, bendito Koeman de que bacalada nos libró -no comparo con Senna por razones obvias-, a ésta media un abismo más grande que el Cañón del Colorado. Cuando Cesc ha entrado, ha tomado el mando libando el buen fútbol hasta la última gota.
No nos queda un empujón más. La final es muy importante, que duda cabe. Nos queda marcar época jugando de cine. Mantener la línea de buen juego muchos años. La eterna duda. ¿Ganar o jugar bien?
Lo segundo, porque lo primero es más fácil jugando bien. Y ganas la admiración y el respeto del resto.
Ojalá que a los mocosos como mi hija les cale el buen fútbol como a mi me caló el de Holanda en 1974. Aunque deseo que ésta vez, ganemos el premio final.