Este artículo publicado por uno de los más grandes atletas de todos los tiempos, deja con una crudeza extrema bien a las claras el estado del atletismo y del deporte en general por causa del doping. Quien tenga dudas de quien va por delante, si el tramposo o la ley. Creo que Michael Johnson se lo va a dejar muy claro.
ME SIENTO ENGAÑADO Y TRAICIONADO
La semana pasada, mi antiguo compañero de equipo, Antonio Pettigrew, testificó en el juicio por perjurio de Trevor Graham y reconoció que había consumido HCH (hormonas del crecimiento) y EPO (eritropoyetina) entre 1997 y 2001. Me lo comunicaron hace unas semanas, cuando la fiscalía hizo pública la lista de testigos llamados a declarar, junto con lo que se esperaba que cada uno de ellos argumentase.
La noticia de que se esperaba que Antonio declarase haber consumido drogas para mejorar el rendimiento me impactó como ninguna otra historia relacionada con drogas. Durante estos últimos años he oído tantas noticias sobre atletas que no juegan limpio que llega un momento en que ya no me sorprendo.
Pero ésta es diferente… Se trata de alguien a quien yo consideraba mi amigo. Los dos entramos en el mundo de la competición internacional y profesional casi al mismo tiempo y, aunque en ocasiones competíamos el uno contra el otro en la misma prueba, desde el primer momento nos hicimos amigos y nos profesamos un respeto mutuo.
Al haber admitido Antonio que consumió sustancias prohibidas entre 1997 y 2001, es muy probable que se cuestionen tanto los récords obtenidos por Estados Unidos en las pruebas de relevos de 4×400 metros como las medallas conseguidas durante ese periodo de tiempo. Yo competí con Antonio en relevos de 4×400 metros en los Juegos Olímpicos del año 2000 y también establecimos juntos el récord mundial de 4×400 metros en 1998.
La medalla de oro olímpica de 4×400 metros del año 2000 ya se había cuestionado anteriormente, tras la noticia de que otro compañero de equipo, Jerome Young, había dado positivo en un control antidopaje en 1999. Sin embargo, fue exonerado antes de las pruebas de selección para el equipo olímpico de EE UU, del que entró a formar parte. Solamente corrió en la ronda eliminatoria de los relevos en Sidney, pero yo nunca estuve de acuerdo con que se nos retirase la medalla, puesto que habíamos cumplido todas las normas y él había sido exonerado antes de formar parte del equipo olímpico. Por eso dije entonces que no renunciaría a mi medalla.
En aquella época, Antonio y yo hablamos por teléfono del tema en alguna ocasión, de lo terrible que era y de lo injusto que sería que nos retirasen nuestras medallas. Estábamos de acuerdo en que teníamos que luchar por evitarlo. Ahora pienso en aquellas conversaciones y me sorprende que me pudiese hablar sobre esto sabiendo todo el tiempo que era culpable y que, en todo caso, la medalla estaba contaminada.
Desde que comenzaron los escándalos por el uso de sustancias estimulantes, hace unos seis años, yo siempre he defendido este deporte a capa y espada. He señalado que en el mundo del atletismo se controla a los atletas mucho más que en cualquier otro deporte. He hablado de que hay una política de tolerancia cero y de lo injusto que es que, por querer tener un mayor nivel, este mundo se haya convertido en su propia víctima.
He tratado de hacer ver que los propios medios de comunicación, a los que no les importa en absoluto que se haya batido un nuevo récord mundial de los 100 metros, jamás perderían la oportunidad de dar una noticia sobre un atleta de triple salto, prácticamente desconocido, que ha dado positivo en un control. Pero ahora me doy cuenta de lo ingenuo que he sido.
Dije que no me creía la excusa de los atletas que decían verse obligados a consumir sustancias estimulantes porque sus contrincantes también lo hacían. Y sigo sin creérmelo, aunque ahora me doy cuenta de que la mayoría de los atletas que consumían esas sustancias probablemente sabían quién más lo hacía. Puedo entender cómo un atleta llega a pensar que tomar drogas es el único camino para derrotar a otros atletas que también las consumen.
También dije en algún momento que no me creía la excusa de que los entrenadores incitaban a los atletas a consumir sustancias prohibidas y me puse a mí mismo como ejemplo afirmando que, ni durante los cuatro años que competí en la categoría júnior ni durante los 11 años que competí como atleta profesional, nadie me había incitado nunca a consumir sustancias prohibidas. Ahora me doy cuenta de que, al elegir a Clyde Hart (mi entrenador de toda la vida) por su reputación de persona honrada e íntegra, evité involucrarme en el lado sucio y deshonesto del deporte y de que no todos hemos tenido la suerte de tener un entrenador con una reputación, una conciencia y una rectitud moral ejemplares.
Estoy profundamente decepcionado con Antonio y con el mundo del atletismo. Ahora me doy cuenta de que, en este deporte, ha habido un gran número de atletas y entrenadores que han hecho trampas, utilizando atajos, y de que muchos de ellos sabían quiénes más lo estaban haciendo. Sin embargo, no tengo intención alguna de abandonar este deporte ni a las jóvenes promesas del atletismo, entre las que se encuentran Jeremy Wariner, Allyson Felix, Tyson Gay, Christine Ohuruogu, Usain Bolt o Asafa Powell. Yo continuaré apoyándolos, pero la diferencia es que ahora puedo entender de verdad que algunos de sus propios seguidores pueden dudar en hacerlo. No puedo culparlos por ello. Y esto es un enorme problema para el Comité Olímpico Internacional, la Asociación Internacional de Federaciones de Atletismo y el mundo del atletismo en general.
Es también una gran responsabilidad para la Agencia Mundial Antidopaje porque muchos de los atletas que ahora han tenido que admitir que usaron sustancias prohibidas nunca han dado positivo.
En cuanto a la medalla de oro que gané conjuntamente con Antonio, Alvin y Calvin Harrison, que han admitido haber consumido drogas o han dado positivo en las pruebas antidopaje desde que ganamos la medalla en el año 2000, estoy seguro de que más de uno querrá que la devolvamos. No sé lo que sucederá con este intento, pero sí sé que la medalla no se ganó limpiamente y que, por lo tanto, está contaminada. Por eso la he retirado del sitio donde guardo mis medallas. No merece estar allí. Y yo tampoco me la merezco.
Por eso, aunque me resulte duro, tengo intención de devolverla al Comité Olímpico Internacional. Ya no la quiero. Me siento engañado, traicionado y defraudado.